MARX
El marxismo es el conjunto de doctrinas políticas y filosóficas derivadas de la obra de Karl Marx, filósofo y periodista revolucionario alemán, quien contribuyó en campos como la sociología, la economía y la historia, y de su amigo Friedrich Engels, quien le ayudó en muchas de sus teorías. Engels acuñó el término socialismo científico para diferenciar el marxismo de las corrientes socialistas anteriores englobadas por él bajo el término socialismo utópico (aunque hoy se usa también el término primer socialismo). También se emplea el término socialismo marxista para referirse a las ideas y propuestas específicas del marxismo dentro del marco del socialismo.
La economía política es esencial para esta visión, y Marx
se basó en los economistas políticos más conocidos de su época, los
economistas políticos clásicos británicos, para ulteriormente criticar
su forma errónea de pensar. La economía política, que es anterior a la
división que se hizo en el siglo XX de las dos disciplinas, trata las
relaciones sociales y las relaciones económicas considerándolas
entrelazadas. Marx siguió a Adam Smith y a David Ricardo al afirmar que el origen de los ingresos en el capitalismo es el valor agregado por los trabajadores y no pagado en salarios. Esta teoría de la explotación la desarrolló en El capital, investigación “dialéctica” de las formas que adoptan las relaciones de valor.
DESCARTES
Al menos desde que Hegel escribió sus Lecciones de historia de la filosofía,
en general se considera a Descartes como el padre de la filosofía
moderna, independientemente de sus aportes a las matemáticas y la
física. Este juicio se justifica, principalmente, por su decisión de
rechazar las verdades recibidas, p. ej., de la escolástica,
combatiendo activamente los prejuicios. Y también, por haber centrado
su estudio en el propio problema del conocimiento, como un rodeo
necesario para llegar a ver claro en otros temas de mayor importancia
intrínseca: la moral, la medicina y la mecánica. En esta prioridad que
concede a los problemas epistemológicos, lo seguirán todos sus
principales sucesores. Por otro lado, los principales filósofos que lo
sucedieron estudiaron con profundo interés sus teorías, sea para
desarrollar sus resultados o para objetarlo. Este es el caso de Pascal, Spinoza, Leibniz, Malebranche, Locke, Hume y Kant,
cuando menos. Sin embargo, esta manera de juzgarlo no debe impedirnos
valorar el conocimiento y los estrechos vínculos que este autor mantiene
con los filósofos clásicos, principalmente con Platón y Aristóteles, pero también Sexto Empírico y Cicerón. Descartes aspira a «establecer algo firme y durable en las ciencias». Con ese objeto, según la parte tercera del Discurso,
por un lado él cree que en general conviene proponerse metas realistas y
actuar resueltamente, pero prevé que en lo cotidiano, así sea
provisionalmente, tendrá que adaptarse a su entorno, sin lo cual su vida
se llenará de conflictos que lo privarán de las condiciones mínimas
para investigar. Por otra parte, compara su situación a la de un
caminante extraviado, y así concluye que en la investigación, libremente
elegida, le conviene seguir un rumbo determinado. Esto implica atenerse
a una regla relativamente fija, un método, sin abandonarla
HEGEL
La filosofía del Derecho de Hegel, su filosofía de la historia
y su consideración del Espíritu absoluto son las partes quizás más
importantes e influyentes de su filosofía y unas de las más fáciles para
entender.
El Estado, dice, representa el estadio último de desarrollo del
Espíritu objetivo. El espíritu individual, que, en razón de sus
pasiones, prejuicios, y ciegos impulsos, es sólo en parte libre, sujeto del yugo de la necesidad (lo opuesto a la libertad), sólo puede alcanzar su plena realización por medio de la libertad del ciudadano.
Este yugo de la necesidad se expresa primero como reconocimiento de los
derechos de los otros, luego como moralidad, y finalmente como moral
social, en la que la primera institución es la familia. La suma de familias forma la sociedad civil, que, sin embargo, pese a su forma imperfecta de organización se compara con el Estado. El Estado
es el cuerpo social perfecto de la Idea, y en este momento del proceso
es Dios mismo. El Estado, estudiado en sí mismo, pone a nuestra
consideración la ley constitucional.
En relación con otros Estados, desarrolla la ley internacional; y en su
curso general a través de las vicisitudes de la historia pasa a través
de lo que Hegel llama «dialéctica de la Historia». Hegel sostiene que la
Constitución es el espíritu colectivo de la nación y que el gobierno es el cuerpo de tal espíritu. Cada nación tiene su propio espíritu individual, y el más grande de los crímenes es el acto por el cual el tirano o el conquistador apagan el espíritu de la nación. La guerra,
dice, es un medio indispensable de progreso político. Ella es una
crisis en el desarrollo de la idea que toma cuerpo en los diferentes
Estados, y sale victorioso de esta crisis, ciertamente el mejor de los
Estados. La «base» del desarrollo histórico es, entonces, racional,
puesto que el Estado es el cuerpo de la razón como espíritu. Todos los
aparentemente contingentes eventos de la historia son en realidad pasos
lógicos en el desarrollo de la razón soberana que es corporizada por el
Estado. Pasiones, impulsos, intereses, carácter, personalidad: todos
ellos son la expresión de la razón o instrumentos que la razón forma
para su propio uso. Nosotros, por tanto, para entender los
acontecimientos históricos debemos verlos como el duro, desagradable
trabajo de la razón hacia la plena realización de sí misma en perfecta
libertad. En consecuencia, podemos interpretar en puros términos
racionales, y disponer en categorías lógicas la sucesión de los eventos
históricos. De esta manera, una amplia visión de la historia revela tres
importantes pasos de desarrollo. La monarquía oriental (el paso de la unidad, de la supresión de la libertad), la democracia griega (el paso de la expansión, en que la libertad estaba perdida en una demagogia inestable) y la monarquía constitucional cristiana (que representa la reintegración de la libertad en el gobierno constitucional).
KANT
Todo aquel que se ocupe de filosofía moderna no puede dejar de lado a
Kant; tal vez haya que decir lo mismo de todo aquel que se ocupe de
filosofía. Su obra es típicamente alemana, muy elaborada y un tanto
nebulosa. Encerrado en su gabinete, donde pasó su larga vida de casi 80
años, cuidaba poco el filósofo del mundo banal, aun cuando lo
frecuentaba con placer.
Encasillado en su subjetividad, a la manera de Descartes, da a sus teorías una dirección muy distinta a la del filósofo francés. Descartes se adentra en su pero ha de encontrar el camino para elevarse a Dios, y a un tiempo, para dar «certidumbre» al mundo físico o de la res extensa. Kant, encerrado en un mundo fenoménico, ha de descalificar la posibilidad de contactar a las cosas en sí mismas. Sean las del mundo, la de Dios, la del alma.
La filosofía de Kant no niega la existencia de Dios, ni un orden
moral, ni la realidad pensable de un mundo físico. Lo que niega —salvo
en lo moral— es que la razón humana pueda trascender y llegar a esos
entes en sí mismos: sean el «mundo», «Dios» o el «alma». Además Kant
constituyó la idea de que el mundo, el sol y todos los planetas son
complementarios unos con otros.
Kant parte de la conciencia, de las representaciones fenoménicas del
yo. Sean provenientes del mundo externo o interno. Y se aboca, desde un
principio, a la estética trascendental.
Kant entiende por sensación el efecto de un objeto sobre la facultad
representativa, en cuanto somos afectados por él. Se entiende que se
prescinde por completo de la naturaleza del objeto afectante y que
solamente se presta atención al efecto que se produce en nosotros, en lo
puramente subjetivo.
La intuición empírica es una percepción cualquiera que refleja a un
objeto, y así el conocimiento es considerado como un medio. La intuición
empírica es la que se refiere a un objeto, pero por medio de la
sensación. El fenómeno es el objeto indeterminado de la intuición
empírica. El árbol puede afectarnos y de él tenemos una representación
fenoménica. Nada podemos saber del árbol en sí. La realidad de la cosa,
en ella misma, es un noúmeno no alcanzable.