miércoles, 2 de mayo de 2012

PERIODICO

COLUMNA

El Tec y el terror







“Se dieron con todo… y aki afuerita de la escuela!!! Estoy en un lado haciendo un proyecto y hasta temblaba todo el pedo con las granadas”, escribió JAP, estudiante del Tec de Monterrey, en su página de Facebook a las 2:04 de la madrugada del viernes. “Ya está el ejército en el Campus!”, alertó DOT a las 2:33. “Estamos en las residencias y desde aquí estomas viendo todo, por favor compañeros no salgan de sus cuartos”, suplicó Dulce a las 2:54. “Los soldados siguen dentro del tec nadie sale. se escuchan balas nuevamente”, describió otro a las 5:12 en Twitter. Se le está complicando demasiado al Presidente. No hay ninguna evidencia de que su gobierno vaya ganando la guerra contra el crimen y cada vez más la sociedad está pagando una cuota de pánico y sangre que no parece estar dispuesta a pagar en lugar de los criminales.
Ya se desgastó ese discurso de que los niveles de violencia son fruto de la “desesperada reacción” de los narcos ante el ataque oficial. Lucen demasiado frecuentes las muertes de ciudadanos limpios que desvanecen eso de que se matan “entre ellos”. Los asesinatos de 16 jóvenes en Juárez y dos estudiantes regios de excelencia exhiben la estrategia oficial —primero federal, luego estatal— de intentar volver sicarios a los inocentes que caen en medio de las batallas. La sociedad está impaciente, con la incertidumbre del “hacia dónde vamos”. ¿Seguirán las encuestas mostrando apoyo social a la estrategia presidencial?
En los medios de comunicación y sobre todo en las redes sociales de internet los relatos de terror despiertan la solidaridad pública y contradicen el panorama triunfalista de “vamos ganado la guerra”: Reynosa, Matamoros, Nuevo Laredo, Chihuahua, Ciudad Juárez, Monterrey, Acapulco, Torreón, Culiacán, Apatzingán, Uruapan y Lázaro Cárdenas son “ciudades fallidas” por el dominio de los cárteles. Cómo estará el asunto que el otro día se escuchó decir a un taxista de Tijuana: “con verlos a ellos, hasta aquí ya nos sentimos seguros”. Camino al estado de sitio van Veracruz, Tepic, Mexicali, Durango, Zacatecas, Saltillo, Gómez Palacio, Villahermosa.
Cuando en diciembre de 2006 el presidente anunció el plausible deseo de frenar a los cárteles y delineó su estrategia, planteó tres objetivos: recuperar todos los territorios en poder del narco, hacer las policías confiables y reducir el consumo de droga en México. Ninguno se ha cumplido.
P.D. Este reportero no se cansará de insistir: mientras no haya combate financiero al narcotráfico, no habrá combate al narcotráfico. Y las autoridades hacendarias siguen sin coordinarse con las de seguridad.
SACIAMORBOS Juntos, cantando, en Querétaro, el presidente legislativo y a quien él llamó dueño de “esa precandidatura sostenida con millones de pesos y acuerdos mafiosos”, cada uno con su pareja. Los reunió un hombre menudo, inspirado siempre y paisano de este reportero. La llegada de la primavera demostró que entre el perredista y el priísta, diría el convocante, “no hay nada personal”.


 EDITORIAL

Entre las numerosas víctimas de la guerra entre la delincuencia organizada y el gobierno federal, debe contarse a los ayuntamientos del país. Como nunca antes (y este nunca incluye toda nuestra historia), los gobiernos de los municipios aparecen hoy como una de las causas principales de los problemas que enfrentamos.
El discurso dominante dice que, en buena medida, ha sido culpa de los ayuntamientos que las policías se hayan dejado corromper, y que hayan sido capturadas por los intereses de los grupos criminales. El diagnóstico del gobierno federal coloca a las fuerzas de seguridad pública municipal como cómplices o aliadas potenciales de los delincuentes, y subraya la necesidad de centralizar las decisiones.
Ese diagnóstico se robustece cada día, por la violencia desatada en contra de los alcaldes y de los responsables de la seguridad pública municipal, que parecen inermes ante la contundencia del poder que los derrota. Pero como un mal signo de los tiempos que vivimos, tras las amenazas, los atentados y los asesinatos que se cometen en contra de esos funcionarios, la conclusión inevitable es que todos ellos estaban coludidos con los delincuentes. Para los servidores públicos municipales, morir a manos de los narcos es una doble muerte: la de la vida y la de la honra, pues se asume que nadie que haya sido honesto merecería ese veredicto.
La centralización que sigue a ese diagnóstico está en curso. Ya está sucediendo en la práctica, y pronto vendrán las reformas constitucionales destinadas a quitarles a los municipios todas las facultades que aún conservan en materia de seguridad. Y tras ellas, es probable que los débiles avances que el país había logrado para fortalecer las instituciones que gobiernan en los municipios sufran regresiones similares, animadas por el argumento de la falta de capacidad, la carencia de recursos y la vulnerabilidad locales. Todas esas causas producidas, paradójicamente, por el centralismo político de México.
No hay muchos alegatos que enderezar en contra de esa lógica implacable, que ha revelado de un solo trazo las debilidades de los municipios. Empero, sería imposible imaginar siquiera la gobernabilidad de México sin ellos. Ni siquiera en la más extrema polarización de la contienda que libraron centralistas y federalistas durante el siglo XIX se puso en duda su importancia, como la base indispensable para el gobierno interior de los pueblos (como se decía entonces). Lo que se discutía era la vigencia de las entidades. Pero ni a Santa Anna ni a Lucas Alamán (por citar a los más conspicuos) se les ocurrió jamás que México podría gobernarse sin los municipios.
En cambio, esa idea está ganando partidarios en nuestros (enloquecidos) días. De modo que en lugar de fortalecer los lazos entre la sociedad civil y los gobiernos locales; de recordar que la función más importante de esas autoridades es mejorar la calidad de vida de pueblos y ciudades; de reconocer que los fracasos que se les achacan son el resultado de un pésimo diseño institucional; y de afirmar la capacidad de organización y de respuesta de la gente en los espacios públicos donde la vida ocurre, se habla cada vez más de volver a la centralización.
No pongo en duda que la urgencia de atender la crisis de seguridad está exigiendo la concentración (temporal) de la fuerza policiaca del Estado. Pero los municipios son mucho más que policías mal pagados y corruptos. Son una forma de organización política y social que no tiene sustituto y que hoy está perdida y derrotada, para nuestra desgracia, por razones burocráticas. Precisamente ahora, cuando más indispensables son para reconstruir nuestros tejidos desgarrados.
Profesor investigador del CIDE

ARTICULO

 
Un estudio realizado por el Instituto Nacional de Salud Pública (INSP) en Cuernavaca Morelos, asegura que los padres en su intento por complacer a los niños no les enseñan hábitos saludables a la hora de alimentarse.
Actualmente, México ocupa el sexto lugar de obesidad infantil en el mundo: alrededor de 4.5 millones de niños entre 5 y 11 años padecen sobrepeso, lo cual equivale a un 26% de la población total en este rango de edad.
Estas cifras constituyen una clara señal de alarma que debe atenderse cuanto antes. Está comprobado que los niños con sobrepeso son más proclives a padecer obesidad a lo largo de su vida, con los consecuentes problemas que se derivan de ella.
Bajo estas circunstancias, es evidente que la actitud de los padres juega un papel trascendental. En efecto, más allá de las causas genéticas, endocrinas o neurológicas que pueden dar origen a la obesidad, existen múltiples factores ambientales que pueden predisponer al niño a padecer esta enfermedad -desde la situación socioeconómica de la familia y el nivel educativo de los padres hasta los hábitos y costumbres en el seno del hogar, por ejemplo.
Con ello en mente, un grupo de investigadores provenientes de México, Canadá y Estados Unidos se hizo a la tarea de desentrañar la percepción que tienen los padres mexicanos sobre el fenómeno de la obesidad. Para su análisis, los científicos recurrieron a seis guarderías del IMSS en diversas zonas de la Ciudad de México.
La muestra final fue de 38 padres de familia, 29 mujeres y 9 hombres con hijos en edad preescolar, a los cuales se les solicitó su opinión con respecto a los hábitos alimenticios, la actividad física y el sedentarismo en los niños, entre otros.
Dentro de los resultados está el que muy pocos padres reconocieron a la obesidad infantil como una enfermedad. Sólo la mitad de ellos sabía que este problema podía tener consecuencias en la edad adulta.
La mayoría de las madres declararon que con frecuencia se sentían tan cansadas que preferían alimentar a sus hijos con comida preparada y así ahorrarse el tiempo de elaborar platillos más balanceados.
Todos los padres admitieron utilizar la comida como una forma para premiar o agradar a sus hijos. Señalaron que, con frecuencia, les permitían comer lo que ellos querían y no aquello que más les convenía en términos de salud.
Casi todos los padres coincidieron en que el ejercicio era bueno para sus hijos. La mayoría asoció la actividad física de los niños con los deportes y la danza, y muy pocos identificaron que caminar o subir escaleras también podían formar parte de este concepto.
En su mayoría, los padres se quejaron de tener poco tiempo libre para involucrarse en actividades físicas con sus hijos durante los días hábiles.
Muchos padres coincidieron en que el espacio reducido de sus casas también dificultaba la realización de ejercicio.
Los padres mencionaron, además, que sus hijos pequeños solían unirse a sus hermanos más grandes para ver la televisión o entretenerse con juegos de video, con lo cual dedicaban largos periodos de tiempo a actividades sedentarias.
En cuanto al ejercicio en espacios públicos, casi todos mostraron preocupación por factores como la inseguridad, las malas instalaciones e incluso el riesgo de que sus hijos contrajeran enfermedades al convivir con otros niños en este tipo de lugares.

Así, aunque todos los padres coincidieron en que una buena alimentación y el ejercicio físico eran fundamentales para la buena salud de sus hijos, los expertos concluyeron que estos principios no se ponían en práctica en la mayoría de los hogares.
"Descubrimos que los padres de niños en edad preescolar comparten actitudes que impactan negativamente la salud de sus hijos", aclaran.
Aseguran que los padres en su intento por complacerlos acaban por acceder a sus peticiones, en lugar de enseñarles hábitos saludables. "Esta forma de alimentar se asocia con un bajo consumo de nutrientes en los niños", advierten.
Debido a que la infancia es un periodo clave en lo que toca a adquisición de hábitos, dependerá de los padres inculcar en sus hijos las conductas que más les beneficien a futuro. Entre ellas, comer bien y hacer ejercicio resultan esenciales.

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